miércoles, 6 de febrero de 2013

El Gato de la Noche

El gato nunca salía de día. No le gustaba y veía mejor en la oscuridad, corría con más facilidad y el sentir la luna sobre su cabeza le daba una extraña energía.

Esa noche, como muchas anteriores, comió un plato grande de spaghetti y se tomó un vodka tónica cargado. Vivía solo, su esposa desapareció una mañana, después de haber festejado que él salía de la cárcel por cuarta vez. Él lloró muchos días, le costó tiempo aceptarlo. Pero ella no lo toleraba más y había estado mayor tiempo encerrado que libre desde que estaban juntos, así decía la nota de escasas letras que le dejó.

“El gato”, como lo conocían delincuentes, familiares y la ley, era un tipo que no pasaba inadvertido. Era de contextura normal, pero su rostro era diferente. Los ojos verdes ocupaban casi la mitad de su cara, las orejas puntiagudas, la nariz pequeña y un poco más oscura que el resto de su piel le daban apariencia de felino.

Esa noche miró desde la ventana de su guarida y observó que estaba la luz precisa para su plan: la de la luna grande. Por eso decidió tomar su mochila gris y caminar hacia su presa.
Se trataba de un edificio de departamentos; robar pequeñas cosas de valor y venderlas a buen precio.

A pesar de ser invierno, la noche era cálida e invitaba a disfrutar de lo que se hiciera. Tomó una bolsa con galletas y salió.
Caminó y en su pensamiento repasaba una y otra vez el plan. No quería volver a dormir en una cama ajena del hotelucho de población masiva, como sarcásticamente se refería a la cárcel.

Llegó al lugar exacto y subió por el techo de una caseta de electricidad. Con la destreza que lo caracterizaba logró convertir el tejado en suelo, se desplazó con gran soltura, tarareando el tema principal de la película Misión Imposible.
Se deslizó hasta el balcón de uno de los departamentos y con una especie de peineta metálica, que él mismo había fabricado, logró abrir la ventana sin provocar el menor ruido.
Entró al living y sintió un televisor encendido. Caminó lento a la habitación y había una mujer durmiendo. Tomó varias cosas de la pieza, otras cuantas del living y algunas de una oficina. Luego regresó a la pieza y le dio un beso en la frente a la mujer.

Al día siguiente, cuando el sol cayó, se levantó rápido de la mesa, tomo su mochila y salió sin tener claro dónde ir.
Caminó bastante y cuando se dio cuenta estaba sobre el tejado del edificio del día anterior. Nunca volvía donde había estado antes, pero esta vez lo había hecho y quería averiguar por qué. La  ventana estaba abierta y entró. No alcanzó a dar un par de pasos cuando se encontró con una taza de leche y un plato con galletas. Tomó la leche y guardó las galletas en la mochila. Caminó por todo el lugar, no había gente. Tomó algunas cosas, salió y volvió a su guarida a dormir.

Dia a dia volvia al mismo lugar, pero lo tenía inquieto el hecho de que una tarde trató de ir a comprar algo para cenar y no tenía dinero. ¿Hace cuánto que vivía sólo de galletas y no lo había notado? Esa noche se prometió a sí mismo no volver a aquel departamento.
Pero una vez oscuro salió rumbo al norte. Entró en puntillas, esperando ver algo distinto, pero no, ahí estaban la leche y las galletas. Esta vez decidió comer las galletas en el mismo lugar. Eran especiales, quizás por eso no podría dejar de ir a aquel sitio.

De pronto sintió que algo le tocó cerca de la oreja. Saltó y corrió sin rumbo. Algo gritaba una voz aguda, pero la prisa no le dio tiempo para descifrarlo. Llegó a casa tan cansado que se durmió en el suelo frío.


La situación era extraña, quería averiguar qué estaba pasando y volvió al departamento una vez más. Todas las luces estaban encendidas, las ventanas abiertas y las cortinas volando por el viento. No había rastro de personas. Buscó la cena de siempre, pero no estaba. Caminó lentamente hasta llegar al final del pasillo y nada. Ya casi se iba cuando unas manos lo rodearon, sintió una soga gruesa que le ataron firmemente alrededor del cuello y una voz aguda que gritaba “mamá mamá, atrapé al gatito!”. 
Miró el reflejo de un vidrio sucio y vio una imagen en blanco y negro de un gato gris y gordo, atrapado por los brazos de una niña de pelo rizado. Trató de correr, pero sus pies estaban en el aire, trató de gritar, pero no tenía voz. Solo se sintió feliz cuando lo acercaron al conocido plato de leche y sintió el olor de las galletas otra vez.



viernes, 1 de febrero de 2013

Los años pasan más rápido que los años

Un día, le pregunte al Tommy (sin esperar respuesta) “Qué es esto?”
“Una cosa antigua de donde sale música”, me respondió bien suelto de cuerpo.
Efectivamente, era un pijama de niñita, tamaño 6, con el dibujo de un cassette en el mismo estilo de Olivia Newton-John cantando Physical.

Y pensé en los ‘80s. Y luego pensé si alguna niñita de 6 años realmente quisiera tener un pijama así. Y luego saqué la cuenta. Y luego pensé que ha pasado una cantidad de tiempo horrorosa y que si alguien compra ese pijama será alguna mamá como yo, que creía que los ’80s estaban a sólo un abrir y cerrar de ojos.

Y fui pensando y la situación empeoraba. Pensé en cómo era la vida, nuestra vida; y cómo es ahora la vida, nuestra vida.
Pensé en el primer teléfono con botones que tuvimos en mi casa (ya no se podía marcar equivocado ni quebrar una uña metiendo mal el dedo). Pensé en los relojes con calculadora. Pensé en los despertadores que sonaban todos iguales. Pensé en cuánto me demoraba en grabar un cassette con la música de moda (corriendo a poner “rec” cuando ponían una buena en la radio). Pensé en mis clases de computación, en que después de 30 minutos escribiendo comandos raros, salía mi nombre golpeándose en la pantalla. Pensé en mi cámara de fotos Pocket, que aunque uno viera todo equilibrado, las personas salían siempre al lado derecho (si es que alcanzaban a salir. Y uno no se daba cuenta hasta mucho tiempo después cuando revelaba el rollo). Pensé en como quedaba de cansado el brazo si había que subir o bajar muy rápido la ventana del auto.  Pensé en cuantas teleseries vi, por la pura lata de pararme y cambiar el canal, después de que había terminado “Los Pitufos” (si es que la antena estaba en la posición justa y se veía algo). Pensé en la primera vez que le dije a mi mamá que había unos computadores modernos y que se enfermaban con virus…

Se suponía que la generación moderna éramos nosotros. Era obvio que nuestros padres crecieron lejos de la tecnología y la onda vanguardista. Pero parece que algo salió mal y quedamos antiguos nosotros también.
La vida va tan rápido, que casi no me di cuenta que los ‘80s quedaron en el siglo pasado. Va tan rápido, que he estado más tiempo frente a un computador que a una máquina de escribir.
Va tan rápido, que con un solo click esto volará al espacio y regresará a quién sabe qué pantalla muy lejos de aquí.